jueves, diciembre 14, 2017

La única mascota desagradable a parte de la tortuga muerde dedos de mi hermano, siempre había sido mi miedo. Yo lo sentía como ese tipo de animal que sigue estando medio asalvajado y que es suficientemente grande para temer alguna reacción inesperada, desde el día que me mordió el Akita an la cara a los 6 años, aprendí que aún el animal más doméstico y amigable de repente puede enloquecer sin previo aviso. Me infunden mucho respeto los animales grandes, me infunde también mucho respeto las cosas y las decisiones que me hace tomar mi miedo.
Cuando era pequeña mi mamá decía que había que meter al miedo en un costal gigante y aunque lo llevabas contigo él no fuera el que te llevara a ti en el costal. Yo no es que me sintiera dentro de un costal, pero si a veces sentía como si mi miedo que era un lobo gigante me llevara montada en su lomo, arrastrándome por todo el pueblo como una víctima de mi misma y el reinado dictatorial del lobo.
Estos días lo observo todo con cierta distancia, desde el día de la crisis mental no siento ninguna experiencia igual que antes. Quizá estar en la perspectiva del vacío y sentir que no tenía nada me había regresado a esa alegría primigenia de cuando uno es pequeño y necesita poco para ser feliz. Entonces, cuando siento mi vaso interior inundado de azul me pregunto qué cosa es esta y no veo al miedo pero tampoco se me antoja pararme en la mañana ni pintar ni ninguna de las otras cosas que amaba.

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