viernes, junio 14, 2013

El proyecto se llamaba el barrio del graffiti. Estaba planteado justo para después de la década que pasaría viviendo con los indígenas. Domando mi impaciencia, construyendo aquella fuerza que se perfila únicamente después de haber subido una montaña. A la escuela la habíamos titulado los jacobinos, no sé porqué. Cuando nos enteramos que el grupo político de Benito Juárez llevaba el mismo nombre, nos hizo más gracia. Todo me parecía posible y prometedor, ¿porqué no pintar una ciudad entera? Conforme pasan los años contrario a lo que yo pensaba la realidad me llena de miedos, me imagino obstáculos infranqueables y caras anónimas que no contestan el teléfono ni los emails. Son esas caras que viven por las fiestas y los amiguitos, que tardan 7 meses en presentarte a sus padres porque les gusta ir poco a poco y sí hay algo que se cuese a fuego lento en europa es la amistad. Dice Vanessa que un alemán no puede considerar a nadie que no conozca por por lo menos dos años un amigo.
Me descubro un miedo nuevo. Me da miedo su propuesta. Su cabeza tan llena de nubes, el cambio constante de opinión. Cada dos días tiene una distinta, de esas decisiones que normalmente toman años, como tener hijos o cambiar de trabajo. ¿como confiar en alguien tan cambiante como el aire?

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