lunes, abril 26, 2010


en esos dos años había tomado una decisión dura; no ir al gimnasio.
No me había pasado nunca desistir no hablemos de una actividad extracurricular, sino de una materia que me contaría como créditos de libre elección. Siempre, incluso en esa materia que odie desde el principio con los ojos inundados de lágrimas pero los dedos aferrados al transportador y a la escuadra, me hice el propósito de nunca dejar ninguna materia, ninguna, ni la del puente o los planos, ni la de la tipometría.
En esto descubrí que la geometría y la exactitud me cuestan más de lo que yo imaginaba, aún cuando leyese siete veces el libro de Italo Calvino acerca de la exactitud. Nunca sería una mujer exacta.
Así, mientras se acerca esta última hora de decisión, recordaba esos dos febriles años en los que pasaba más tiempo involuntario tumbada en la cama que en el salón de clases.

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