martes, septiembre 12, 2006

La noche es ballena de ojos abiertos, que todo lo devora.
Solía tener otro hermano, Juan.
En realidad nunca lo conocí. Carmelita le dijo a mi mamá que se había sacrificado por nosotros sus hermanos. Decía que se había llevado todos los genes que sobraban para que nosotros pudiéramos vivir.
Juan me regaló su vida, desinteresadamente, valientemente... Tengo ganas de llorar, porque a veces la aprecio tan poco, la cuido tan poco. En este mismo momento, en que la noche me traga y tiene aquellos ojos amarillos y constelados tan abiertos como si no pudiera dejar de mirarme y al mismo tiempo ser ese punto infinito que nadie mira. Aquí estoy Juan, me duele tanto, me duelen cosas tan estúpidas y pequeñas pero sé que no puedo continuar y seguir adelante igual que siempre. Juan, me pesan las piernas, me pesa el cuerpo, me pesa tanto la cara que siento como si fuera de un metal raro. Perdóname Juan por lo que voy a hacer, perdóname, porque soy una persona que no vale, nunca valí tu sacrificio... Entrego mi vida, porque ya no la quiero. Me da tanta tristeza Juan, porque mi vida en realidad no me pertenece, tú me la has regalado, me regalaste tu vida para que la mía fuera buena. Y no tengo lleno, para mi nada es suficiente, por esto me voy. Mis pies cada vez se sienten mas pesados. La cama con todo este cabello negro como lluvia suave. Adiós a tantas cosas bonitas, adiós a tantas cosas que muerden. Mi vida duele, duele demasiado y siento que ya no tengo paciencia. Perdóname Juan, hubiera querido que fuera diferente pero siento que ya no puedo.
Y la noche se desliza como si llevara patines de hielo, como si ella misma fuera un objeto redondo que rueda silencioso sin que me de cuenta.
Tomé los objetos afilados, tan finos para mis pequeños dedos, los sostuve con fuerza pero admito que tuve miedo. Lo demás son escenas que se van así sin mas como fotografías de las cuales no estoy segura de tener plena conciencia. Todo fue cortes rápidos, al principio tímidos, de repente se desbordó mi rabia y me sentí tan privada, tan furiosa que no supe ni lo que hacía. Tras la rabia emergió el llanto. Lágrimas llenas que lo inundaron todo, lluvia pesada paralela a la humedad exterior. Todo dolía, los brazos punzaban, el llanto que no paró y que mojaba todo, todo estaba húmedo. Mis ojos se hincharon hasta dejarme ciega entre el agua, entre la furia, la rabia y mi cuerpo que entendía y reaccionaba alérgico.
Juan estuvo ahí. Sentado. Viéndome con claro pesar en sus ojos muertos, pero así, sentado en la base de mi cama esperando algo, mirando triste triste triste. Juan fue lo único que no se mojaba con mis lágrimas gordas y llenas. Después llegó el cansancio y el cuerpo pesó aún más, tuve tanto miedo, me sentí como una niña chiquita, así sola. Entonces Juan se acercó y me miró. Ojos grandes como los míos y como los de Pablo, cejas negras pobladas. Por un momento no distinguí entre sus gestos, supe que era un gesto amable. Tocó suave mi mano con su tacto transparente y las navajas se resbalaron. Se acercó etéreo recargo su cabeza en mi hombro. Entonces de su boca surgen palabras en otro idioma.. No, no son palabras, son sonidos, sus sonidos eran sueño y me quedé dormida.

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