Hoy me siento triste. Como el frío que te cala los huesos, se me coló la tristeza sin querer, el resquemor en la garganta. Solía soñar con el mundo vacío. Me preguntaba lo que sentiría la última persona de la tierra de mirar todos esos paisajes solitarios. Siempre pensé que me reconozco en la soledad, en los caminos silenciosos y de repente me acuerdo que quizá era una niña sola porque toda la compañía era un compuesto que hace daño, como mi papa en navidad, en su cumpleaños o en los 365 días del año restante. Echo de menos los bares y los amigos e incluso el ruido de la oficina, extraño reír de tonterías, que el humor suele estar infravalorado, como cuando uno escribe su curriculum y pensamos en cosas como liderazgo, perfeccionismo, atención al detalle o team oriented. Mientras olvidamos el apartado de me río un montón con mis compañeros o soy genial para salir de copas, conmigo los momentos de estrés son incluso divertidos. Y creo que pasé toda la vida ignorando esta faceta mía, donde sobrevivir a mi familia era la prioridad para lo cual ser solitario era una estrategia y el ser melancólico un poco de consecuencia. Y después llega esta adulta salvaje, con muchas ganas de fiesta y de pensar poco. Quién soy yo para negarme nada. La realidad es que ahora cada vez que me llama diciendo que soy una mala hija porque no comparto mi vida y que soy dura y fría como un hueso pues me miro por dentro y le pregunto, pues cómo esperabas que fuera contigo? Y cómo contarle que por dentro soy chocolate caliente que se derrite en corazón de bizcocho. Tú me enseñaste el valor de una buena armadura, me enseñaste a proteger a todas esas criaturas de mi jardín imaginario porque necesitabas mucho y estabas tan enojado que era imposible dejar corer sanamente el río de tu cariño, imposible permanecer a salvo. No me gusta que mi mente acude constantemente a todas las experiencias feas que vivimos juntos y que por alguna razón las que recuerdo que son buenas son bastante menos y que quizá aunque recordara las buenas con la misma constancia el cuerpo no miente y simplemente siento raros tus abrazos o cuando me llamas “cariño”. De que vale llamar a una señora de 36 años cariño cuando la niña de 6 solo recibió malos tratos y diminutivos. Pensaste que siempre saldrías impune y que tu insistente trato corrosivo no tendría consecuencia. Ahora que te acercas a ser viejito, quieres una relación cercana y cálida, quieres que aparezca como por arte de magia, te enojas porque no sucede y dices que se olvide todo lo que hiciste porque simplemente eres un cuate traumado. Pues eso, el cuerpo no miente, me enojan tus reclamos injustificados, me incomodan tus repentinas muestras de afecto exacerbado, ya no quiero pensar en ti.
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