sábado, octubre 22, 2011

extrañar


Ni siquiera recuerdo de qué eran mis dudas ese año pero cuando nos despedimos me regalaste un caracol blanco. Con finitas manos le hiciste dos agujeritos y le colocaste el listón que te di. Dices que cuando sacas algo de su sitio el objeto siempre añora su origen y que es inevitable que vuelva ahí, de donde salió. Te quedaste con otro caracol, que dices, es garantía que nos volveremos a encontrar, los dos somos desierto.


Me pasa en algunos momentos del año, como el día que Vanessa se puso la camisa con el moño en la espalda, porque decía que uno siempre tiene que verse guapo cuando toma un vuelo o cuando viaja a otro país. En el tren me le aferré con fuerza y le lloré en el hombro ensuciándole su bonita camisa, era mi primera y única amiga en Europa.


Cuando amamos a alguien en cierto sentido nos apropiamos de esa persona, no sé cómo es el interior de un ser humano pero estoy segura que cuando conoces a alguien y le quieres, algo cambia, algo de ti tiene su nombre. Y tal vez con las personas pase lo mismo que con los caracoles, cuando arrancas a alguien de otra persona, ese origen siempre resulta un lugar melancólico a donde volver. Como el momento en que un grupo de estrellas se convierte en una constelación.

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