Esperaba en la sala iluminada por aquella insoportable luz amarilla, intentando re acomodar el trasero para evitar sentir mis huesos encajándose en mi carne. Llevaba casi cuatro horas esperando, de repente me pareció absurdo esa cantidad de tiempo perdido por una tendinitis como la mía, aún cuando fuera tan dolorosa y persistente. De la puerta de urgencias parecían solo salir viejecillos encamillados, infinitamente, de repente parecía como si todo aquello fuese una fábrica de viejitos en camillas. Pensaba en ti, en esa tendencia de ser más frío que el helado de vainilla.
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