K se había acercado a mi tupper a la hora de la comida con cara curiosa. Dice "me gustan tus platos, utilizas elementos poco usuales y siempre parecen interesantes", curioso recalcar el carácter experimental de mis ensaladas, que bonito.
Ese día había decidido que no quería desperdiciar más tiempo de mi vida cocinando, porque ni soy buena ni me gusta y uno no debe desperdiciar tiempo haciendo cosas que no le hacen feliz.
Comuniqué mi decisión al amado al que tampoco le gusta mucho cocinar. Bueno pues si es lo que quieres, aunque es un poquito triste.
No me gusta cocinar pero en algún momento pensaba que preparar algo de comer para alguien así como lo hacía Adrián para mi, mi prima o mi mamá, es en realidad un acto de amor muy bonito y sutil y yo quería darle eso al amado.
No sé si disfrute de mi cocina experimental como disfrutaba Pablo o si le intrigue como le intriga a K pero me descorazonaba un poco la idea de que este tipo de actos en su sutileza a veces pierden su sentido porque un acto de amor que no es percibido por el destinatario cuenta como acto de amor?. Y así como descarté los amores no correspondidos de mi lista formal de novios, también descarté cocinar ensaladas experimentales para el amado.
Al día siguiente que era el primer día de cocinar para mi misma metí las alcachofas al horno, esa verdura de poderes secretos. Pero el horno decidió aplicar su ley del karma y carbonizó mis alcachofas. Llegué a la conclusión que el horno me había castigado por darle la espalda al amor.
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