miércoles, abril 06, 2016

Me di cuenta que me había convertido en una señora el día que me apretaba mi vestido de patitos justo por la cadera, como un gran cubo de cemento envuelto por un ridículo estampado.
Que lejanos los días en que las falditas de tenis parecían adorables, que los tacones lucían delicados en lugar de vulgares y cuando me mirabas con ojos de niño maravillado en el traje de baño de florecitas lilas.
El otro día cubrí las canas que me crecen en el fleco y me preguntaba cómo se visten las señoras que no quieren ser señoras pero tampoco quieren ser esas personas que son intervenidas por transcurrir bulliciosamente la crisis de los cuarentas. 

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